Prólogo
Hay algo en las bodas que captura toda nuestra atención. Probablemente sea la belleza del evento, las flores, los trajes, las travesuras del paje que lleva los anillos, las lágrimas de los padres que no pueden creer que su bebé ya haya crecido, la radiante novia que empieza su marcha por el pasillo o la devoción del novio que espera a su amada.
Creo, sin embargo, que hay una razón por la cual nos sentimos tan fascinados con las bodas, la cual va más allá del simple hecho que disfrutamos esta ocasión que nos conmueve el corazón. Así como al interior de cada persona existe una conciencia de su necesidad de Dios, hay también en todo ser humano un deseo, un anhelo innato, de experimentar una relación íntima de amor y confianza. Tal vez muchos puedan satisfacer ese anhelo por medio de una relación humana, pero cabe anotar que la posibilidad está abierta para que todos hallemos esa satisfacción en Jesús, el novio de la Iglesia.
Esa fue la razón por la cual Él vino, para atraer a su novia y conquistar su corazón. ¿La idea de ver a Jesús como un pretendiente enamorado lo incomoda? No debería. Fue Él quien utilizó esta metáfora en la Escritura. Él se siente cómodo con esa imagen porque es la única relación que puede comunicar la intensidad de su amor y su pasión por nosotros.
Eso también significa que en la actualidad estamos viviendo un periodo de compromiso, un tiempo de espera; y por tal razón hay unos prácticos "preparativos para la boda" que Él espera que realicemos. Sus cartas de amor en los capítulos 2 y 3 del libro de Apocalipsis nos muestran la forma como nos hemos de preparar y como debemos estar siempre listos para su retorno.
¿Entonces que se supone que debemos hacer mientras tanto?
¿Cómo se supone que debemos prepararnos?
¿Cómo podemos llegar a conocerlo de esta forma?
Empecé a meditar profundamente en esta pregunta, cuando mis tres hijos experimentaron sus etapas de cortejar, comprometerse y casarse. Los tres se casaron en un periodo de tres años y créame que en nuestra casa esa fue una época llena de actividades y mucha acción. Hubo diálogos sobre
los trajes, muchas agendas llenas de detalles de planeación, despedidas de solteros, muchas sonrisas, una gran cantidad de lágrimas y mucho crecimiento. Todo eso fue parte de los preparativos para el matrimonio.
Al observar la intensa actividad que rodeaba esos procesos, me era imposible no hallar aplicaciones sobre la forma en la que nos hemos de preparar para la segunda venida de Jesús. De hecho, cada vez pienso más en eso. En estos últimos años de mi vida, he descubierto que Jesús es el amigo fiel al igual que el compañero y esposo que prometió ser. En este libro espero poder estimularlo para que su relación con Jesús se asemeje a la clase de relación que hay entre un novio y una novia. Para lograr ese objetivo, en cada uno de los capítulos usted va a encontrar lo siguiente:
• Las siete cartas. Toda mi vida, he oído predicaciones sobre las cartas de Apocalipsis solo desde un punto de vista negativo que enfatiza el hecho que Jesús está corrigiendo a la Iglesia. ¡Y está muy molesto! Aunque es verdad que las cartas contienen una gran dosis de corrección, también es cierto que esa verdad no refleja la historia en su totalidad en esta porción de la Escritura. Estas cartas también proveen dirección, declaran amor y miran con expectativa el momento de la cena del matrimonio con el Cordero. Al mirar estas cartas en conjunto, quiero darles una mirada fresca, concentrándome en los elogios que profiere el Señor y cómo tales halagos están correlacionados con los preparativos para la boda de forma que podamos convertirnos en una novia plenamente preparada para su retorno.
• Un encuentro con Él. Estos encuentros aparecen al final de cada capítulo y están diseñados para proveerle a usted acciones concretas de forma que pueda aplicar cada lección a su propia vida. A lo largo de la Escritura, Dios le ha dado a su pueblo muchos ejemplos de acciones concretas que deben realizar. Por ejemplo, el bautismo en agua es un símbolo de la muerte y la resurrección, el aceite es un símbolo de sanidad, la santa cena es un recordatorio del precio pagado por nuestra salvación. En sí mismos, el aceite, el agua, el pan o el vino no tienen ningún tipo de poder. Lo que marca la diferencia es nuestra obediencia a la Palabra de Dios y nuestra fe para aplicar sus verdades a nuestra vida. Creo que las acciones concretas son una manifestación de la bondad de Dios hacia su pueblo. Él sabe que a veces necesitamos algo "tangible" a que aferrarnos mientras avanzamos con constancia fortalecidos por la fe.